Artífice significa persona que ejecuta alguna arte bella, que tiene arte para conseguir lo que desea. Hernán Cortés es un homicida encumbrado, a quien solamente lo movió la ambición. A los nativos de México nunca los consideró de valía; para la Iglesia católica eran herejes. Por lo tanto, no existió obstáculo para descuartizarlos, esclavizarlos, para ahorcar gente morena, violar y preñar mujeres, además de quemar vivos en la hoguera a quienes se opusieran al bautizo y a los depredadores españoles.
El pueblo de Potonchán fue su primera escala carmesí. Estando luego en Cholula, Hernán Cortés convoca a los jerarcas supuestamente para despedirse, pero en cambio ordena cerrar la puerta del sitio de reunión y la soldadesca española irrumpe con sus sables hambrientos de agonía, reventando los pensamientos de incredulidad de aquellos horrorizados 3 mil hombres impedidos de acudir a defender a sus familias, refugiadas en los templos donde fueron quemadas vivas.
Años más tarde, fray Toribio Motolinía expresó: “Fue bueno para que todos los indios de la Nueva España viesen que aquellos ídolos son falsos y mentirosos”. Después de arrasar el pueblo de Cholula, Hernán Cortés y su rapaz caravana, compuesta por aproximadamente 579 españoles, 4 mil aliados tlaxcaltecas y algunos totonacas, continuaron la marcha hasta arribar a la Gran Tenochtitlán, donde a Pedro de Alvarado le disgustaron los preparativos para venerar a los dioses Huitzilopochtli y Tezcatlipoca; así que cuando los señores mexicas se encontraban bailando desarmados los militares cerraron las puertas del Templo Mayor y abrieron fuego contra ellos.
Los informantes indígenas de Bernardino de Sahagún describieron así el horrible episodio: “Al momento todos los españoles acuchillan, alancean a la gente y les dan tajos, con las espadas los hieren, dieron tajo al que estaba tañendo el tambor, le cortaron ambos brazos, luego lo decapitaron; lejos fue a caer su cabeza cercenada. A algunos los acometieron por detrás; inmediatamente cayeron por tierra dispersas sus entrañas. A otros les desgarraron la cabeza, enteramente hecha trizas. A otros les dieron tajos en los hombros, hechos grietas, destrozados quedaron sus cuerpos. A aquéllos hieren en los muslos, a éstos en las pantorrillas, a los de más allá en pleno abdomen. Todas las entrañas cayeron por tierra. Y había algunos que aún en vano corrían, iban arrastrando los intestinos y parecían enredarse los pies en ellos. Anhelosos de ponerse en salvo, no hallaban a dónde dirigirse”.
Posteriormente, los españoles, con el propósito de impedir que su cautivo monarca Moctezuma II se volviera en contra de ellos, le clavaron una espada en el bajo vientre para después apuñalarlo repetidas veces. Así lo sacaron al balcón, sujetándolo para que sus súbditos pensaran que estaba vivo, y obligando a un aristócrata nativo a que alentara a la muchedumbre a recobrar la calma.
Sin embargo, al ver a su débil soberano, quien se había sometido a los extranjeros, la enardecida turba atizó su ira insultando a Moctezuma y arrojándole pedruscos. Uno de ellos le golpeó en la cabeza. Los que afianzaban el cadáver apresuradamente volvieron a los recintos ocultando el magnicidio.
Es mentira que Hernán Cortés haya sometido a los valientes soberanos Cuitláhuac y Cuauhtémoc, y al poderío del Imperio Azteca, valiéndose únicamente de su escaso contingente de mercenarios. Al invasor hispano se le unió el aristócrata texcocano Ixtlilxóchitl, quien urgido de deshacerse de sus compromisos con La Triple Alianza, y fanatizado además con el cristianismo, le procuró a Cortés miles de soldados aculhúas.
La viruela y el sarampión polizones en los inmundos barcos españoles abatieron a la población aborigen más que los ataques del cañón. El esplendor de la Gran Tenochtitlán se derrumbó con el caos generado por la epidemia, agravada la debacle por los tlaxcaltecas dedicados al pillaje, y al incendio avivado por el rencor hacia los mexicas.
Para averiguar el paradero de supuestas riquezas, Hernán Cortés torturó a Cuauhtémoc junto a Tetlepanquetzalli, Señor de Tlacopan, quemándoles los pies hasta dejarlos minusválidos. Durante su expedición a las Hibueras, la paranoia de Hernán Cortés lo hizo suponer que Cuauhtémoc planeaba una conjuración en contra suya, y sin juicio alguno, de manera despreciable, al estilo innato de su verdugo, ordenó a sus hombres que de una ceiba colgaran a Cuauhtémoc.
En noviembre de 1522 Hernán Cortés estranguló a su esposa española Catalina Suárez. A Martín, apodado El Bastardo, hijo que procreó con la Malinche, Hernán Cortés se lo llevó a España para dejarlo como criado doméstico al servicio de Felipe II. En cambio, a su segundo hijo, Martín Cortés Zúñiga, obtenido de su esposa española Juana Zúñiga, sí lo hizo su único heredero legítimo, concediéndole el título de II Marqués del Valle de Oaxaca.
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