El balcón de la virreina
El llamado “balcón de la virreina”
fue construido en 1641 por orden del virrey don Diego López. Era el
saliente del salón donde se reunían las damas y caballeros de la corte
virreinal y asomaba a la Plaza Mayor. De grandes dimensiones, la
construcción ocupaba un tramo del lado norte de la fachada del Palacio
Virreinal, muy próximo a la portada principal. De estilo morisco, era un
balcón cerrado de estructura volada, con tejas hechas de lámina de
plomo y con celosías. Fue destruido en 1692 durante un motín de
indígenas.
En un biombo pintado por Diego Correa en
el siglo XVII donde se representa la Plaza Mayor, se observa un
suntuoso balcón que contrasta con la sobria fachada del Palacio
Virreinal. Conocido como el “balcón de la virreina”, era el saliente del
salón donde se reunían las damas y caballeros de la corte virreinal.
Fue construido en 1641, bajo la supervisión del obrero mayor de Palacio
Juan Lozano Ximénez de Balbuena, durante el gobierno del virrey Diego
López Pacheco Cabrera y Bobadilla, marqués de Villena y duque de
Escalona.
Este singular espacio arquitectónico fue
instalado al costado norte de la fachada, muy cerca de la campana y
reloj centrales. Era uno de esos balcones moriscos llamados “de cajón”,
parecido a los construidos en la ciudad de Lima, Perú, en los siglos XVI
y XVII. Como aquéllos, éste era de estructura cerrada y con celosías, a
modo de alcoba volada con tejas hechas de láminas de plomo, lo que en
arquitectura mudéjar se llama zaquizamí y plomada. Tallado en madera, el
balcón se apoyaba sobre un piso adornado con tres escudos y volutas
vegetales. Al conjunto lo completaba una balaustrada formada con figuras
de niños atlantes esculpidos en madera dorada o en bronce y continuada
por un conjunto de cariátides del mismo material en la parte alta. Según
una descripción hecha por Isidro de Sariñana en 1666, el balcón tenía
aproximadamente una longitud de doce varas (9.96 m) y una altura de casi
dos (1.66 m). Las medidas sugieren cierta desproporción, pero no dejan
duda de su gran tamaño.
No es difícil imaginar que a través de
las celosías de madera del balcón de zaquizamí, la virreina y sus damas
se asomaban a la Plaza Mayor para ver, sin ser vistas desde fuera, lo
que en ella acontecía: desfiles, mascaradas, procesiones o el diario
transitar de la variopinta sociedad novohispana. Es probable que la
misma Juana de Asbaje, quien era dama de corte de la virreina doña
Leonor Carreto, marquesa de Mancera, contemplara desde allí el pasar de
los días antes de tomar el hábito con el nombre de Juana Inés de la
Cruz. Ella misma cuenta que en el salón que comunicaba al balcón se
reunieron cuarenta hombres de letras para poner a prueba los amplios
conocimientos con los que contaba a sus escasos diecisiete años.
Los años de esplendor del Palacio
Virreinal se desvanecerían al finalizar el siglo. En 1692 un motín de
indígenas provocado por la escasez de granos hizo arder el edificio. El
escritor y científico Carlos de Sigüenza y Góngora fue testigo de los
hechos y recuerda, en uno de sus relatos, que fue el “balcón de la
virreina” el primer objetivo del la violenta acometida. Alentados por la
osadía de uno de los agresores, quien había lanzado una piedra contra
el balcón, los indios enfurecidos le siguieron con una andanada de
piedras contra el mismo sitio. En poco tiempo, el suntuoso balcón
morisco quedaba reducido a escombros.
La pintura de Cristóbal de Villalpando
de la Plaza Mayor de México en 1697 ofrece una vista de las ruinas que
abarcan todo el costado sur de la fachada de Palacio. En contraste, la
parte norte —donde no hacía mucho que se apreciaba el balcón— luce
intacta. Es probable que para entonces ya se hubieran levantado nuevos
muros para devolverle a la fachada del Palacio Virreinal su aspecto
sobrio; en tal caso, un balcón como el que existió por más de cinco
décadas en el siglo XVII estaba, por consiguiente, de sobra.
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