Cristóbal de Villalpando
México vivió uno de sus momentos
culturales más maravillosos cuando no había nacido como patria, me
refiero al período colonial. Por muchos años las políticas nacionalistas
gubernamentales y aquellos mexicanos de alfarería han
catalogado la época virreinal como conquista nada más, olvidando que la
riqueza cultural de nuestro país comenzó gracias a ese choque cultural.
Y allí entran las contradicciones de la
vida, porque artistas de esta época como Sor Juana Inés de la Cruz,
jamás se llamaron mexicanos, sino orgullosamente novohispanos; al fin y
al cabo esta tierra nuestra ha sido por más tiempo una colonia española
que un país independiente. Tampoco este comentario tiene el afán de
sonar pro-peninsular, sino todo lo contrario; es para enorgullecernos
del pasado que, si bien no fue siempre cobijado por una bandera
tricolor, es igual de maravilloso e importante para nuestra cultura.
Un pintor –que sí sabía pintar y cuyo
arte no eran columnas rotas- fue Cristóbal de Villalpando, nacido en la
Ciudad de México en 1649, en pleno auge de uno de los estilos artísticos
que mayos influencia causaron en las artes: El Barroco. El Virreinato
de la Nueva España se vio cobijado durante la mayoría de su existencia
bajo esta manera de pensamiento, que fueron impulsados por movimientos
socio-culturales como la Reforma Protestante, y la Contrarreforma.
Además de estar presente en la pintura, la literatura, la arquitectura,
las música y en el resto de las bellas artes, sirvió para renovar el
espíritu de una sociedad global –gracias al colonialismo europeo- cada
vez más cercana a la modernidad.
El barroco –cuyo significado es impuro,
abigarrado y extravagante- tuvo como su principal fuente de inspiración
la religión católica, y la Iglesia fue la mejor mecenas de todas las
manifestaciones de arte. En la pintura, el barroco encontró una manera
de expresar la emotividad en los rostros y el paisaje. Además la
iconografía religiosa surgió como efectiva manera de difundir los dogmas
religiosos.
El la Nueva España, el Barroco cobró una
manera muy distintiva de expresión gracias a la mezcla con el
pensamiento artístico prehispánico. La transformación del Barroco al
Churrigueresco (forma de expresión sobre todo arquitectónica que
sobrecargaba de elementos las fachadas y retablos) añadido a la
religiosidad y fuerza prehispánica logró crear una nueva forma de arte:
El Barroco Novohispano.
Las Iglesias de México fueron el mejor receptáculo de esta obra de arte, en los altares y fachadas de parroquias y catedrales de Puebla, Oaxaca, San Cristóbal de las Casas, El Bajío y muy en especial en la Ciudad de México, coronada con el altar de los reyes en la Catedral Metropolitana.
En esta misma Catedral encontramos
su magnífica sacristía, la cual está decorada por lienzos maravillosos,
entre los que destacan los de Juan Correa y Cristóbal de Villalpando.
Este último realizó las grandes pinturas (que por su tamaño pudieran
parecer murales) que llevan por nombre La Iglesia militante y triunfante, El triunfo de la religión, La mujer del Apocalipsis y laAparición de San Miguel entre los años 1684 y 1688.
Si bien Villalpando tiene una gran
influencia española, muchas veces comparada con los artistas sevillanos,
éste marcó un parte aguas en la pintura novohispana. Una de sus
primeras obras fue La Adoración de los Pastores, ubicada en el convento de San Martín Tours de Huaquechula, Puebla, realizada en el año 1675.
A partir de allí Villalpando es
requerido muchos centros religiosos en Puebla y la Ciudad de México,
llenando así de su perspectiva diagonal y de realismo, como en la
Capilla de Nuestra Señora del Rosario en Santo Domingo, en el centro de
la capital.
Santa María de Guadalupe fue uno de los
motivos principales de los pintores novohispanos y por supuesto en
Villalpando no sería la excepción. Una de las pocas que se conservan del
autor se encuentran en el retablo mayor de la iglesia de Santa María
Coatepec, en el Estado de México.
Villalpando, el pintor por excelencia
del suntuoso barroco mexicano de finales del siglo XVII, es el autor de
la pintura ubicada en la cúpula de la Catedral de Puebla, permitiendo
que la luz y la sobra formara parte fundamental de su arte, renovando
así la pintura de la Nueva España y resignificando el Barroco europeo.
Escenas de la vida de José, la Virgen del Rosario, la Visión de Santa Teresa, entre otras cientos de obras de carácter religioso son obra del veedor del gremio de pintores, cargo dado entre 1686 y 1699 por el Virrey Conde de Paredes.
En 1690 ejecutó una de sus obras de más
influencia, cuarenta y nueve cuadros de la vida de San Francisco de
Asís, encargados por la orden franciscana de Guatemala. Ya para el siglo
XVIII pintó sus últimas obras, el retablo de Santa Rosa de Lima en la
iglesia de Azcapotzalco, y series de la Pasión de Cristo y la Muerte de
San Ignacio de Loyola para los jesuitas de Tepotzotlán.
De esta manera el gran pintor Cristóbal
de Villalpando culmina una vida repleta de logros artísticos el día 20
de agosto de 1714 en la Ciudad de México, teniendo como última morada el
convento de San Agustín.
Si deseas conocer la obra de este gran
mexicano (que históricamente nunca lo fue pero que sin duda es piedra
angular de nuestra cultura) puedes visitar la Catedral Metropolitana de
la Ciudad de México o bien el Museo Nacional del Virreinato en
Tepotzotlán, Estado de México. Además, este museo cuenta con una
magnífica exposición en Internet a través de su páginawww.virreinato.inah.gob.mx.
Espero que tú seas de esos mexicanos que
aprecien el arte, y sobre todo que lo difundan. Aquellos que amamos la
cultura debemos romper el paradigma de que para ser culto hay que llevar
guaraches y un libro bajo el brazo. El amor a la cultura no está
peleado con el jabón, con el deporte ni con lo comercial; al contrario,
el verdadero hombre culto no es aquel que ve a profundidad una sola
cosa, sino que tiene ojos para todo lo que le rodea.
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